Capítulo 13

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——CAPÍTULO TRECE: Ola de flechas——

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——CAPÍTULO TRECE: Ola de flechas——

MARXEL

—Marxel, la cámara de vigilancia ha detectado un rostro sospechoso en la casilla número siete —avisó Héctor al otro lado de la línea—, se trata de Kayla Wells, la actriz que denunció el robo de su Vivem hace alrededor de un año.

—Entendido.

Apunté el arma hacia la casilla número siete y divisé por el alcance de aumento la figura de una chica arropada en una capa. Se encontraba entretenida conversando con el vendedor. Avisé al vigilante de seguridad que se encontraba al lado de la casilla para que verificara su Vivem, el cuál se hallaba enlazada a Héctor para que se encargara de ratificar la identidad robada; y así fue, en cuestión de minutos habíamos asentado con la primera persona sospechosa.

—Te tengo —murmuré con la mirada fija en el rifle.

«Era ella. Era la ladrona de espejos»

Pareció haberse dado cuenta de que habíamos topado con ella, porqué alzó la mirada y arrugó la frente. Agrandé el alcance de aumento para poder verla mejor y por fin pude tener una imagen de su rostro.

Tenía unas increíbles pecas en la nariz, unos ojos caramelo y bajo la capa, escondía los rizos rebeldes y pelirrojos que se amontaban en su frente. No era ella, claro está, pero aún así la confusión de su rostro era como un poema encantador. Tenía la dicha de haber presenciado esos ojos sorprendidos, por que ya no tenía su semblante habitual de encontrarse bajo su propio control como había visto en las grabaciones de sus atentados.

—Rodeadla para que no escape —anuncié a los soldados que se encontraban en vigilancia en el resto de las casillas de venta.

Ya estaba hecho. Solo podía pensar en mi padre. Había cumplido con su tarea. Él estaría orgulloso en cuanto se enterara de ello. Por fin lo estaría. Me pregunté si me felicitaría, se acercaría y me abrasaría, ¿o tan solo pediría que me encargara de su ejecución?

Tragué saliva y volví a ver los ojos de la ladrona. Esos ojos vidriosos y asustados.

—¿Marxel? ¿Estás ahí? —soltó Will, desquitándome del trance. Se encontraba en el otro balcón y alzó las manos en el aire.

Asentí. Tenía que dar la orden.

—Arresten a la ladrona de espejos —hablé y me aclaré la garganta—, Llevadla hacia la salida trasera y que el procedimiento sea discreto. No quiero que llame la atención de los demás.

La chica se retorció en cuanto los soldados la sujetaron de los brazos. Era fuerte, pero era imposible que pudiera con todos ellos. Las posibilidades de escapar eran nulas y ella lo sabía. Estaba muerta de miedo. La discreción era lo mejor que podía hacer, porque arrestarla a público sería un escandalo y no quería que fuera más humillante de lo que ya era.

«Ya estaba hecho» solo podía repetir en mi mente.

—Marxel —dijo Will y le salió la voz ronca cuando pronunció mi nombre—, debes mirar la azotea.

Observé hacia arriba y descubrí la presencia de varios hombres vestidos de negro. Se arrastraron sobre el techado, era imposible verles el rostro debido a que llevaban cubre bocas. Eran alrededor de diez hombres y todos llevaban arcos y flechas. Grité a los soldados para que se prepararan en cuanto habían levantado los arcos en el aire y tiraban de las flechas hacia la población que celebraban abajo.

—¡Son rebeldes! —exclamé y el grito por poco me desgarró la garganta. Entonces la primera ola de flechas descendió sobre varios y los gritos se extendieron por toda la plaza.

Alcé el rifle y apunté hacia uno de ellos. El disparo provocó que su cuerpo se desviara hacia atrás. Will, Kyle y Samaria también me siguieron y agradecí que reaccionaran de inmediato. Todo había sucedido demasiado rápido. La segunda ola de los rebeldes cayó y la gente comenzó a correr hacia la entrada principal, se amontonaban unos a otros. El pánico solo lo volvía peor.

—Marxel —habló Kyle—, hemos asegurado a los miembros. Todos han logrado salir de la plaza.

Fue un alivio escucharlo, pero mis ojos se desviaron hacia el balcón de Samaria. Una flecha había atravesado las verjas que la cubrían. Grité su nombre con fuerza, imaginando lo peor.

—¡Samaria!

Ella levantó la vista de las verjas y me miró por encima de estas. Alzó el pulgar en el aire para anunciarme que se encontraba bien. Pude respirar con normalidad. El alivio me permitió continuar, pero todavía debíamos protegerlos a todos y acabar con el atentado de los rebeldes.

Varios tipos ajustaron las cuerdas desde el techado y descendieron hacia la plaza. Disparé hacia ellos, pero iban demasiado presurosos. Se derrumbaron sobre el suelo y la aparición repentina provocó que aumentaran los gritos de la población. Los rebeldes se encomendaron a su trabajo. Ellos eran saqueadores. Eventos como estos eran su centro recreación, debido a que se encargaban de robar las piezas de los vendedores de las casillas y de las joyas que llevaban encima los ciudadanos de la élite. Eran rápidos y habilidosos.

Robaban cualquiera cosa valiosa que es encontrara en su camino y sabían que, en cuanto habíamos notado su presencia, debían apresurarse en robar y escapar. Rodeaban casilla por casilla y tenían la ventaja de esconderse tras los cuerpos de los vendedores rehenes para que en cuestión de protección a la población, resultara más difícil dispararles. Volví la vista hacia la casilla número siete y me topé con la sorpresa de encontrar el área vacía.

—¿Dónde está la ladrona? —demandé mientras me llevaba una mano a la frente. El sudor se había acumulado por el estrés de la situación. Los guardas de seguridad informaron que habían perdido de vista a la ladrona de espejos y tomaron la decisión de colocar segura a la población. Solté una maldición sin importar que me escucharán por el receptor inalámbrico.

El plan se nos había ido de las manos.

—Marxel, ¿Qué pretendes? —cuestionó Will y me miró con el ceño fruncido desde el otro extremo del balcón. Me estaba observando mientras dejaba el rifle y me dirigía dentro del edificio para alcanzar una cuerda de las cajas de provisiones, que aguardaba en caso de emergencia. Como lo era ahora— ¿Qué estás haciendo?

Enrollé la cuerda por la verja y coloqué un pie al otro lado de esta. El suelo me esperaba abajo.

—Voy a bajar —anuncié por el receptor y escuché el grito de negación de los soldados de mi equipo.

—¡Marxel! —soltó Will—, será más sencillo que te ataquen si te encuentras ahí abajo.

—No puedo quedarme y observar —respondí—, si estoy abajo, puedo atacarlos.

También debía encontrar a la ladrona de espejos. No podía dejarla escapar, no cuando me encontraba tan cerca de tenerla.

—¡Marxel! —imploró Samaria y propuso tras mirarme fijamente desde su balcón—, ¡Voy a bajar contigo!

—Ni se te ocurra—solté de inmediato—, hazme caso, Samaria —suspiré y luego les dije a todos—. Bajaré solo —ordené—, vosotros dispararán cuando los rebeldes salgan de sus escondites.

Se escuchó el quejido de Will, pero finalmente cedió y prometió que vigilaría la zona en todo momento. Agradecí que todos estuvieran de acuerdo y entonces, sujetado de una mano a la cuerda, descendí hacia el campo de batalla.

Ladrona de EspejosWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu