Capitulo 7. "Él es él y punto.

175K 9.3K 184
                                    

—Courtney—

Después de escribir tantos "Courtney, no seas tonta", el timbre suena y sólo enton- ces Matthew y la chica se separan. La película resultó no estar tan interesante, ya que en ningún momento mientras escribía me hizo levantar la cabeza.

Dejo la pluma a un lado de la carpeta mientras guardo el libro. Levanto la car- peta, pero provoco que la pluma salga rodando y termine en el suelo, llamando la atención de las pocas personas dentro del salón; entre ellas, Matthew.

La recojo y la guardo en la mochila. Me retiro del salón sin mirar atrás.

Actúas como si te hubiera engañado.

Y mi mente tiene razón; actúo como si me hubiera engañado, lo cual no es cierto, él sólo quería arreglar las cosas por lo del año pasado y yo imaginé otra historia. Me detengo a respirar y camino directo a mi casillero intentando olvidar lo que vi.

Introduzco la contraseña del candado, abro el casillero, veo otro papel bien do- blado encima de algunos libros, pero esta vez de color blanco. Supongo que lo vol- vieron a meter por las rendijas de la puerta. Tiene la misma letra fea, así que es fácil adivinar que es de Peter.

Me enteré de que Cristina tiene varicela, te doy la dirección. Residenciales Cerezos, calle Washington, número 8.

Peter.

Vaya, Peter de verdad investiga lo que le interesa. Creo que en realidad quiere que vaya. Dejo los libros y cuadernos que no ocupo, agarro las dos notas y las guardo en mi pantalón; al cerrar el casillero, tengo una maravillosa vista de Matthew y la chica besándose... ¿El casillero de Matthew cerca del mío?, cierto, justo frente a su casillero me ponía el pie.

Comienzo a caminar al lado contrario de ellos, intentando no recordar lo que vi y saco mi celular para hablar con Cristina.

Al tercer timbrazo contesta.

—¿Diga?

Por su tono, puedo adivinar que se acaba de despertar.

—Soy Courtney, voy para tu casa porque tengo noticias.

Casi puedo escuchar cómo se levanta de la cama y el sueño se le va.

—¿Qué pasó?, ¿hay medicamentos para la comezón de la varicela? ¿Encontraste la cura?

No sé si reírme de sus comentarios o preguntar si ha ido al doctor.

—Cristina, ¿no has ido al doctor?

Hace un sonido con la garganta que significa "no".

—El doctor te daría medicamentos para la comezón y quizá puedas ir a una fiesta.

—Courtney, ¿de qué hablas? 

Sonrío.

—Eso es lo que te quería decir —salgo de la escuela y sigo caminando en dirección a su casa—: Peter Brooks nos invitó a una fiesta, pero después averiguó que tenías varicela y me dio la dirección porque supuso que iba a ir sola.

—Courtney, no juegues.

—Nos vemos en tu casa.

—No, Courtney, no me dejes con la duda por veinte minu...

Cuelgo y me río ante la desesperación de Cristina por querer saber lo de la fiesta. Meto el celular en mi pantalón, en la misma bolsa donde están las notas y sigo cami- nando. Miro el cielo azul y veo a mi alrededor por si alguien me sigue. La última vez que caminaba sin saber por dónde iba, dos chicos me robaron mi dinero y mi celular. No pasó nada grave, pero me quedé incomunicada por dos semanas.

Intento meter las manos en las bolsas de mi sudadera pero me doy cuenta de que traigo la camisa de mezclilla, dejo caer las manos.

Jamás me vuelvo a vestir bien para impresionar a alguien.

Un coche se detiene a mi lado y hace sonar el claxon.

No, por favor no, que no sean unos secuestradores.

Me giro a ver el carro y me sorprende ver un Porsche gris. Baja la ventanilla y me sorprende aún más ver a Peter con unos lentes de sol y su radiante sonrisa.

En serio, desperté en un mundo paralelo en el que los populares me hablan.

—Hola —me saluda—. ¿Vas a alguna parte?

—Sí, voy a casa de Cristina, ¿por qué?

Entrecierro un poco los ojos porque los rayos del sol me pegan directo.

—¿Quieres que te lleve?

Mi corazón se detiene unos segundos y me sonrojo. ¿Qué demonios...?

—No, gracias, su casa está en la siguiente cuadra.

Miro la calle para comprobar si falta una cuadra. Por suerte sí... O tendría que fingir tocar la puerta de una casa desconocida sólo para que me deje en paz.

—Pues te puedo dejar frente a su casa.

—En serio, no, gracias; puedes seguir tu camino y yo el mío.

Intento sonreír amablemente y él me regresa la sonrisa. No es que quisiera seguir caminando bajo el sol, pero él me da miedo en cierto modo y eso me intimida un poco. Aparte de que recién empezó a hablarme y sus intenciones son desconocidas, al menos para mí.

—Courtney, no me hagas subirte al carro.

¿Acaso esas no eran las frases que un secuestrador usaba?, quizá debería dejar de ver tantas películas de acción. Era ilógico que Peter fuera un secuestrador. Mi bolsillo comienza a vibrar y me doy cuenta de que me están llamando. En la pantalla leo el nombre de Cristina.

—¿Qué?

—¿Dónde mierda estás?, llevo media hora esperándote. Me alejo un poco del carro y miro de reojo a Peter.

—Ya voy, no te preocupes —cuelgo y me acerco al coche.

—Peter, gracias por querer llevarme pero tengo que irme.

Sin esperar respuesta, echo a correr a casa de Cristina. Es estúpido rechazar la propuesta de Peter, pero es más estúpido que él quiera llevarme a casa de Cristina. Quizá y no me lleve a casa de Cristina y me lleve a otra parte, me drogue, me viole y exhiba las fotos en redes. No, gracias; prefiero caminar aunque la idea sea tentadora... Y mi imaginación muy grande.

Toco el timbre de la casa de Cristina unas veintiséis veces seguidas. Recargo las manos en las rodillas e intento respirar y dejar de jadear.

—Espera, espera, ya voy.

Cristina abre la puerta y yo levanto la cabeza aun jadeando. Tiene puntos rojos por toda la cara, el cuello, las manos... por todas partes y su piyama blanca no le ayuda en nada. Se hace a un lado para que pase.

—¿Qué demonios te pasó?

Tomo aire y pongo mechones de cabello suelto detrás de mi oreja.

—Peter se ofreció a traerme y yo lo rechace y después me dijo: "No me hagas subirte al carro", y después llamaste y salvaste mi vida, me eché a correr y ahora estoy aquí.

Me siento en uno de sus sofás y ella me mira divertida.

—Y... ¿dónde están las cartas?

Frota sus manos como si fuera a ver dinero o algo así.

—Ah, claro, me fue bien, gracias.

Saco las notas de mi bolsillo y se las entrego, ella suelta un gritito y comienza a brincar.

—Nos invitó a una fiesta suya.

—¿Y cómo piensas ir?

—Hija mía, no hay nada que el maquillaje no cubra. 

Comienzo a reírme.

—Y bueno, hoy es jueves, mañana puedo ir al doctor y listo. 

Cristina Butler, la chica con los planes más suicidas que conozco.

Enamorada de la apuesta. (Wattys2015) ¡En librerías!Where stories live. Discover now