Padres perdidos

31 8 0
                                    

La sorpresa no tardó en desparramarse cual veneno en todo el mundo de Aero. Pero antes se escabulló hasta llegar a los oídos de los príncipes. El primero en ser llamado fue Nathaniel. Su rostro rebosaba alegría en ese momento. Sostenía con fuerza las manos de la princesa Milia en la biblioteca real.

—No te preocupes—decía—. En cuando mi padre se reponga, voy a hablar con él. Estoy seguro que nos dará el permiso para romper el compromiso con mi hermano y bendecir nuestra boda—Con deseo levantó la mano de la princesa y la rozó en su rostro buscando que aquel perfume se le pegara para siempre.

Milia levantó la otra mano y sostuvo aquella cabeza que rebozaba de esperanza. Los ojos de Nathaniel parecían un vidrio húmedo luego de una llovizna y por dentro se apreciaba un amor que los quebraría en algún momento. La princesa esperaba pacientemente la historia que llegaría cuando eso pasara. Sin embargo, aquella luz infinita de esperanza duró lo mismo que una llama en el espacio. Cuando un guardia irrumpió en la habitación sin permiso ni disculpa, los seños de ambos se dispersaron en una tristeza que tiñó el lugar de gris. Sin sombra, sin luz.

Cuando la noticia llegó al príncipe mayor, el mundo amenazó con quebrarse y dejar de producir cualquier nutriente que fuese indispensable para el desarrollo de la vida. Los pies de Kilian se manejaban por sí solos y los de Chiara no pensaban en alejarse de ellos. Ambos, inundados de una descompuesta desesperación, se dirigieron a los aposentos de los que fuertes ruidos y gritos salían. Dentro, la reina lloraba de rodillas sobre la palma muerta del rey. A un costado estaba Nathaniel llorando en los brazos de Milia. El resto de las personas que estaban presentes variaban entre guardias y guardianes—entre ellos Nill quien permanencía en una esquina cerca de la reina , todos con la cabeza gacha presentando sus condolencias ante el dolor de la familia real, e incluso del suyo.

—Ay, no—Esa pequeña exclamación se escapó de entre los labios de Chiara al contemplar aquella escena.

Kilian se separó de ella de inmediato y se aproximó al lecho. Contempló a su padre de una forma extraña, casi sin reconocerlo. Sus cabellos eran negros carbón y su piel le recordó a Gravibus por el tono gris que presentaba. No dijo nada. Su boca estaba sellada. Movió levemente los dedos de la mano derecha para anunciar un movimiento hacia su padre, pero justo en ese instante gritos desgarradores entraron por las ventanas perturbando a todos los que estaban dentro. La familia real alzó sus cabezas para escuchar con atención mientras más lágrimas les ensangrentaban las mejillas. Kilian miró se acercó a la ventana en un trance, llamado por aquellos sollozos que ahora estaban sobre sus hombros. Debía calmarlos. Ese era su deber ¿Cómo hacerlo? ¿Qué hacer? ¿Cómo afrontar el duelo por su padre y el duelo de un reino entero? Una mano se posó sobre su hombro. Era cálido, confiable, amigable, amorosa. Se volteó para encontrarse con los ojos latentes de Chiara que destellaban tanto dolor como los suyos. Entonces, cometió un error y se preguntó: ¿Qué es lo que realmente quiero hacer? Después de eso, no pudo volver a ver el rostro de su padre con tranquilidad.

La irrupción de un guardia en el cuarto llamó la atención de todos.

—Sus majestades vecinas se enteraron de lo ocurrido. Anunciaron que ya están en camino—informó este.

La reina se puso de pie al mismo tiempo en que se secaba las lágrimas. Con la frente en alto, la espalda recta y la mente en las últimas palabras de su esposo, Ada habló:

—Gaiska—Kilian, al igual que todos, se volteó a ver a su madre cruzar las manos sobre su vientre y anunciar:—, en cuanto sus majestades lleguen vamos a retomar los preparativos para tu boda con la princesa Milia.

—¿Qué...?

El príncipe no llegó ni siquiera a protestar, pues la reina ordenó:

—Ahora váyanse. Me tengo que ocupar de preparar el cuerpo del rey para La Corona.

—Pero no tenemos La Corona—protestó el príncipe menor entre el silencio que había plantado la voz de la reina—. No sé qué pensás hacer sin La Corona, pero nada va a andar sin ella. Primero tenemos que encontrar a la hija de puta esa y recuperar La Corona.

—Majestad, con todo respeto,—intervino Milia—pero no podemos desviarnos de nuestro plan—Su mirada era firme, no pensaba cambiar con nada—. Tenemos que...

—Tenemos que obedecer a La Corona—interrumpió cualquier voz Ada poniéndose en medio de la habitación—. Acá ninguno tiene poder sin ella—Kilian bajó la cabeza antes esas palabras.

Chiara se le ocurrió una idea. Podría dirigirse con la sirena una vez más y esperar a que esta le diga la ubicación de La Corona. Por lo que dio un paso, pero la mano firme de Kilian la detuvo antes de que pudiese abrir la boca.

—Quiero que todos se preparen para recibir a las reinas de Lux y al rey de Umbra. Más allá de lo que haya pasado, somos todos compatriotas del mismo mundo. Tienen que ser cordiales.

Todos asintieron y se retiraron pacíficamente de la habitación. Nathaniel, Milia, Kilian y Chiara se fueron juntos a la biblioteca real, pues tenían muchas cosas que decidir. Se sentaron alrededor de una de las mesas y se miraron los unos a los otros. La primera en dirigir la palabra fue Chiara.

—Creo que la sirena puede decirnos dónde está La Corona—afirmó.

—Tendríamos que ir a verla—concordó Nathaniel—. En una de esas también nos dice dónde está Domina.

—Sí. Podríamos arrestarla—dijo la humana.

—Así resolveríamos el tema de La Corona y la mayor amenaza del reino—afirmó el príncipe menor.

Milia miraba a su novio con tanta lástima como culpa. Intentaba ser positivo, pero ella no creía posible evitar ese evento una vez más, sobre todo luego de cruzar miradas con su futuro marido quién observaba cada movimiento que los presentes hacían con un temple serio y lúgubre.

—¿Qué pensás, Rayn?—le preguntó el príncipe a su novia, pero el nombre lo condenó a la pérdida de padre y hermano.

—¿Cómo la llamaste?—preguntó molesto Kilian y cerrando los ojos esperó a escuchar la repetición.

—Milia—corrigió Nathaniel con la sangre helada. No podía moverse.

Kilian alzó la vista y miró a los ojos a su hermano y a su amiga.

—¿Ustedes están juntos?—preguntó poniéndo énfasis en cada palabra.

El príncipe se puse de pie y los miró insistiendo en una respuesta que no llegaba de ninguno de los dos. Entonces, Chiara sintió que tenía que hacer algo para calmar el ambiente.

—¿Eso tendría algo de malo?—preguntó tomando la mano de Kilian y apretándola con cariño.

—Que si es cierto, no va a ser mi corazón el único en romperse—afirmó.

Los ojos se le cristalizaron y no tardaron en inundarse de un mar que los apagó y rebalsó corriendo por su rostro con la violencia del dolor.

—¿Cómo podríamos cuidar de dos reinos si nuestros corazones no son felices?—le preguntó a Milia.

—Por eso tenemos que solucionar esto—intervino Nathaniel poniéndose de pie e intentando llamar la atención de su hermano—. No es necesaria esa boda, ¿o si, Gaizka?

Kilian bajó la vista hacia la mano de Chiara y la contempló como si el destino la estuviera jalando lejos.

—Si era capricho de papá: no. Si era disposición de La Corona:...sí—Nadie se atrevió a hablar antes que él—. Lo voy a pensar mañana. Por ahora, quisiera llorar la muerte de papá como un hijo y no como un...rey.

Solo en ese momento, aquella palabra también pesó sobre los hombros de los presentes. Kilian respiró profundo, soltó la mano de Chiara y se retiró lentamente de la biblioteca.

—Voy a preparar equipos de búsqueda terrestres—afirmó Milia.

—Es que si lo dice La Corona...—pensaba Nathaniel en voz alta. Hundió su rostro entre sus manos en un gesto que a Chiara le hizo recordar a Kilian. Entonces, tomó fuerza, respiró profundo, se puso de fue y salió directamente hacia La Orden de los Guardianes.

KILIAN: Presas y cazadoresWhere stories live. Discover now