La vuelta del rey

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—Es la décimo cuarta persona que le traigo—dijo Domina con las manos sudadas por la preocupación que le causaba ver otro cadáver seco en la habitación.

—¿Realmente estás confiando en eso?—preguntó Athelstan con los brazos cruzados y sentado sobre un mueble observando toda la situación.

—Es La Corona—respondió ella envolviendo el cuerpo en una capa fina de oro para que ninguna partícula quedara en la habitación al comenzar a moverlo—. Tú harías lo mismo.

—Yo hice cosas peores—contestó levantándose para ayudándala a moverlo tomando al muerto por los pies—¿Cómo está Gaiska?

—En cama—respondió secamente.

Colocaron el cuerpo en un baúl hechizado con magia de La Corona para desintegrarlo rápidamente.

—¿Cómo que en cama?—cuestionó preocupado el rey.

—Lo único que vi es al imperium de arcano en carne viva alimentándose de su brazo. Tu hijo está loco.

—No lo está, pero eso va a volverlo loco—dijo para sí mismo y luego se susurró—. Tendría que volver a verlo y decirle la verdad.

—¿Te querés ir?—Domina lo tomó de los hombros y lo giró para verlo a los ojos—¿Te querés ir?—repitió—. Nunca te quise traer. Viniste solo.

—Ya sé, pero es mi hijo. No se merece lo mismo que mi papá hizo conmigo. No puedo hacerle eso. Aunque si lo pienso bien, todo depende de lo que diga La Corona. Todo debe ser bueno para el reino. Todo debe girar en torno al reino. Pero si yo cuido de mi hijo. Soy egoísta. Esto es malo. Las cosas se caen. Hay que cambiar de perspectiva. Debo preguntar. Debo consultar. La Corona y el arcano deben tener respuesta. El castillo tiene una respuesta. No puedo confiar en mí mismo. No sé qué hacer—Domina intentaba descifrar cuáles eran los mensajes que susurraba Athelstan para sí mismo mientras este recorría la habitación de un lugar a otro.

La dama se acercó para intentar calmarlo, lo tomó como un simple ataque de pánico. Pero al estar por rozarlo levemente, este se descolocó y volteó mientas sostenía una escoba de madera con la que golpeó a la mujer en el rostro tirándola al suelo.

—¡Athelstan! ¿Qué te pasa?—gritó ella mientras se sostenía el lado herido.

—Yo...debo...proteger el reino ¡y nadie puede impedírmelo!—Alzó el palo firmemente y se preparó para embestir a Domina con él.

Al estar más lista, ella pudo esquivarlo e intentó hacer entrar en razón al rey.

—Athesltan, contrólate. Soy yo. Si quieres irte, vete. Nunca estuviste prisionero. Te ofrecí irte cuando perdí la batalla.

Era inútil, él reaccionaba. Sus ataques no paraban y ella solo podía esquivarlo, pues no quería lastimarlo. Le debía la vida. La había sacado de Aero en el peor momento y, además, la había llevado a un lugar seguro. Sin embargo, La Corona no compartía los mismos sentimientos.

—Matalo—ordenó esta.

—¿Qué?—cuestionó Domina sin dejar de moverse de un lado a otro de la habitación.

—Matalo. Está perdiendo la cabeza por usar el imperium de arcano sin mí—explicó.

—No puedo matarlo.

—¿Por qué no?

La conversación se vio interrumpida por el cuerpo de Domina cayendo bruscamente al piso, y sobre él aterrizó el de Athelstan, quien enredó violentamente sus dedos en el cuello de la mujer.

—Si no lo matas, él hará eso contigo.

La dama comenzaba a perder el aire y sin él la conciencia se le esfumaba.

KILIAN: Presas y cazadoresWhere stories live. Discover now