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El día había llegado más rápido de lo que hubiera esperado. Y es que a pesar de los años, sigo sin comprender cómo es que pasamos de ser la insufrible pareja universitaria, a ser los jóvenes amantes que jugaban a saber todo y por fin terminar al día de hoy: recién casados y con dos hijos.

No puedo evitar llevar mi mirada a mi mano izquierda; cada dos por tres tengo que mirar aquel anillo plateado para saber que no estoy soñando o que el día de hoy es una alucinación producto de algún cigarrillo que fumamos con Danielle. Sin embargo, todo es tan real como la sonrisa de Elizabeth o el llanto somnoliento de Lucas. Es tan perfecto como la mujer frente a mí que me sonríe para transmitirme seguridad. Todo es tan indescriptible como lo que siento en el pecho cada que la veo. 

Suelto el aire de mis pulmones y me paso la lengua por mis labios. El alcohol hace que mi cabeza piense millones de ideas y que el temblor de mis dedos se aminore. De mi saco negro, tomo aquella hoja arrugada que tango tiempo he llevado conmigo. Al desdoblarla, lo primero que observo son las manchas de café y las oraciones que he eliminado con grandes rayones. Observo aquella letra que mi mano a hecho en un intento por describir lo que siento.

Mi largo suspiro es captado por el micrófono, resonando en las bocinas. Courtney se comienza a morderse los labios. 

—Nunca he sido bueno con esto de las palabras y me hubiera encantado saltarme este gran paso— confieso—. Pensé seriamente en no hacerlo, pero caí en cuenta que durante los años junto a Courtney no he sido totalmente sincero respecto a lo que siento. Ya saben, tonterías de hombres orgullosos. 

Escucho la cálida risa de mi esposa y veo como Elizabeth aplaude ante las risas de nuestros familiares.

—Otra parte de mí, no quería hacer esto porque no me parecía justo que todos escucharan mis palabras, pero bueno... ¡Aquí estoy!—las manos comienzan a temblarme de la misma manera que aquel día que presenté el examen profesional de la universidad. Pero de igual modo, no dudo en comenzar a hablar—: Han pasado más de 8 años desde aquellos turbios días en los que te conocí. No éramos más que adolescentes creyendo que podíamos luchar contra todo o que la vida no podría fallarnos. Recuerdo tan bien el primer día que te conocía, así como recuerdo el día que admití que no podía sacarte de mi cabeza. 

Levanto la vista de mi arrugada hoja de papel para prestar atención a esos ojos miel que tanto me encantan.

—Mientras escribía esto, me di cuenta de todas las fases que pasamos; de todos los buenos y malos momentos que vivimos. Y todo eso me llevó a la conclusión de que tú y yo, si estábamos destinados a terminar aquí—digo—. Sí, fuimos o somos un desastre y en su momento no entendía porque todos los días decidías que yo era esa persona para ti... hasta que me di cuenta que yo decidía lo mismo cada mañana y eso era lo que nos hacía ser, lo que tú llamas "un dúo dinámico". 

Mi corazón comienza a latir a una velocidad impresionante y mi respiración comienza a volverse corta ante los nervios.

—Cuando te conocí no entendía mucho de la vida...  aún sigo sin entender mucho de ella, pero sé que te quiero en la mía: sé que tú eres mi vida y que quiero contemplar los amaneceres y atardeceres que nos permita el tiempo—sonrío—. Así que no olvides que te amaré hasta el final de los tiempos. 

Enseguida que mis palabras dejan de sonar en el lugar, observo como Courtney se para de su asiento y corre en mi dirección. El largo vestido blanco le hace la tarea difícil, pero yo me preparo para recibirla entre mis brazos. Sus ojos húmedos se esconden en mi pecho.

—Te amo, James—susurra.

—No más que yo, Court.

Y así son las cosas con ella: no hay día que me haga sentir el más suertudo del universo.

Enamorada de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora